

Dos minutos más tarde de haber creado un perfil en redes sociales, cientos de usuarios y usuarias se lanzan a discutir a muerte cualquier cosa, aunque no tengan fundamentos, ni pruebas, ni razón.
Como si la nueva identidad les diese el poder repentino del conocimiento absoluto y la confianza para decir la barbaridad más bárbara sin que se les mueva un pelo.
Son los discutidores seriales, los que nunca dan el brazo a torcer y quienes antes que darle la razón a otro prefieren la descalificación o el insulto al eventual oponente virtual.
Son de los que te mandan a la mier…, los que dan el portazo virtual, los que no tienen consciencia de los delitos en contra del honor.
Son capaces de injuriarte, calumniarte, difamarte. Hacer viral una mentira sobre tu persona y sostenerla.
Después de todo, las redes sociales son una enorme y gratuita plataforma para que la información circule, incluso cuando se trate de información falsa.


Y la sensación es que para ese tipo de conductas, que son penadas por la legislación vigente, no hay castigo. Eso debe hacerles sentir a quienes lo hacen que cuentan con la impunidad necesaria como para persistir.
Por supuesto que ese tipo de conducta de usuarios y usuarias se torna temerario cuando sus comentarios intentan reemplazar a la acción de funcionarios judiciales.
Cuando se erigen por encima de la Justicia misma y esconden una condena que se convierte en social. De esa condena, rara veces se vuelve.
Sin embargo, a esos y esas valientes de las “redes sociales” todo se les acaba cuando apagan la pantalla y vuelven a la vida real cuando se convierten en dulces palomitas inocentes, incapaces de daño alguno.