
Si nuestra sociedad aceptara la diversidad en forma integral como la aceptan otras sociedades en el mundo, los términos “gordofobia” o “gerontofobia” no tendrían cabida.
Pero en momentos como éste, ser gordo o ser viejo es un verdadero problema. Nos decimos “diversos”, pero sólo aplicado a las preferencias sexuales de las personas.
Ser de la comunidad LGTB está bien, pero no está nada bien ser gordo o ser viejo. Y hay dos problemas con eso. El más evidente es que no se puede impedir crecer y envejecer.
Y en el caso del sobrepeso, son tantas las problemáticas que no admiten reduccionismo alguno.
Hay problemas hormonales, genéticos, de malos hábitos, de errores en la forma de alimentarnos, psicológicos, y emocionales por los que una persona tiene sobrepeso.
Nadie en su sano juicio querría tener una obesidad mórbida y hacerse pasible del rechazo más o menos generalizado.



Y el que tiene sobrepeso no lo tiene por falta de “fuerza de voluntad”. Hay gente que vivió la mayor parte de su vida a “dieta” y con resultados más cercanos al fracaso que al éxito.
Desconocemos si se trata de un problema -el de la falta de aceptación- del resto del mundo. Lo que es seguro es que se trata de un problema argentino.
Nuestra gente no bajaría a una playa en Argentina con bikini o sunga si no tiene un cuerpo escultural, para foto de revista. Y eso no pasa en Brasil donde cualquiera usa lo que se le da la regalada gana.
¿Qué decir del envejecimiento? Se pueden usar cremas, hacerse cirugías, colocarse lentes intraoculares, pero no se puede impedir que el cuerpo siga teniendo la apariencia de alguien mayor.
Nadie valora el milagro de haber llegado a cierta edad con determinada experiencia. Ni el milagro de haber sobrevivido al estrés actual y haberlo hecho en compañía de buenos amigos y amigas.
El problema no sería tanto de los “odiadores” sino de aquellos que se someten a sus absurdas reglas, de quienes le dan importancia a sus parámetros sobre ser “saludable”.
La sensación -como siempre- es que habrá que llegar con estos debates a la escuela, cuna histórica de la diversidad, para generar conciencia sobre el daño que generan algunos juicios.