Sólo algunas ideas de fin de año

Por: Juan M. García Escalada (Psicólogo Social, Sexólogo Social y docente).
“Quien no está atareado naciendo, se halla atareado muriendo”.
Bob Dylan
Escribía nuestro Macedonio Fernández: “Todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, oyó Dios que le decían, y aún no había creado el mundo, todavía no había Nada. También eso ya me lo han dicho, repuso quizá desde la vieja, hendida Nada. Y comenzó”.
Y aquí estamos una vez creados. Intentando mirar nuestros ombligos, con mucho cuidado-desconfianza, para no querer significarnos lo que nos va rodeando desde nuestra infancia, y las sombras que comienzan a ceñirse en torno a ese niño que va creciendo que, como decían los dioses, el hombre no llega nunca a ser Adulto.
Llegamos al final de un año con la pandemia a cuestas. Desde Thucydides, ateniense (padre de la historiografía científica y de la escuela de realismo político 460 AC- 396? AC.), Daniel Defoe (sí, el de Robinson Crusoe, Diario del año de la peste), también Albert Camus (El extranjero, La Peste) el tema de la pandemia (La Peste) hasta nuestro presente actual, siempre ha estado de un modo u otro presente en la literatura.
El mundo del espectáculo trató de que el peligro (de pandemias – invasiones) fuese de “alienígenas” que llegaban desde un rincón ignorado del universo. Pero los “monstruos” siempre están demasiado cerca y no queremos verlo. Y cuando hay miedo, es terreno fértil para que esos monstruos tengan rostros diversos.
Uno muy terrenal y cotidiano: El monstruo de la Carestía. Aparece el monstruo de la especulación. No es “mérito” sólo de este gobierno, sino de una historia de miserabilidades de los poderosos, que como es de costumbre, se aprovechan de la inocencia- esperanza (de mí, de ti y de los otros/as), parafraseando al Chapulín Colorado.
Como decía mi profesor en la Universidad, en sus clases de Doctrina Social de la Iglesia, ¡será que en definitiva el pez grande se come al chico! Y yo preguntaba: tanto tiempo ha pasado, y ¿no hemos desarrollado, al menos, mínimas emociones para mirar a las demás personas; y anteponemos el miedo-individualista a la solidaridad humana? Claro que con el Capital, nacido desde aquellas entrañas de que el paraíso está en el cielo, todo lo que hiciéramos aquí en la Tierra se perdonaría.
Creo que vivimos en una sociedad católica, pero no cristiana. Hay una enorme diferencia. El rechazo al más débil, a aquel pobre que no ha podido superar sus limitaciones de crecimiento emocional y social se lo desprecia con los más variados epítetos. El más suave: Eres un ganador o Eres un perdedor.
Días pasados, veía por televisión una charla entre un ministro y un Ceo poderoso (ya grande de edad, éste último) y que decía, este Ceo, de tal o cuál modo de encarar la economía, etc… etc…



Y me preguntaba, cómo ¿no aprendemos a ser adultos? Que una persona de esa edad (ya mayor) siga pensando en dinero con todo lo que ha logrado en su vida, demuestra que los dioses tienen razón: No llegamos a adultos. Una vida, que cree tener sentido para él, pero que en definitiva es el niño que nunca aprendió a ser adulto. Y con todo el daño que ello implica para mucha gente.
Tiempos fugitivos. De valores Relativos. Como lo expresó el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, “Dios ha muerto”, eso nos da, parece, libertar para banalizar todo. Es que “Ya no hay vergüenza” como dice en la Carta, Jacques Lacan. Qué de lo reprimido salió de modo violento, con desvergonzada agresión de variados calibres que pasean por todo los ámbitos de la vida diaria.
¿Quiénes dirigen nuestras sociedades? ¿Quiénes elegimos? ¿Conocemos la vida de esas personas que dicen dirigirnos con los mejores anhelos y deseos de felicidad? La certeza es que el poder hace estúpidos. A quienes dirigen y quienes son dirigidos. Nadie puede hacer por nosotros, lo que nosotros no hagamos, cada uno, por nosotros mismos. Se distorsiona lo fundamental del vivir. Respetar al otro/a. ¿Transitamos? Como canta Vicentico: “… los caminos de la vida…” no son fáciles, pero debemos hacerlo. El cambio social está íntimamente ligado al cambio personal, con una mirada más compasiva hacia el mundo todo, que nos rodea.



Mientras insistamos en salvarnos por el lado individual estaremos destruyendo el significado del sentido de existir, pues como lo definió el coronel, en aquel libro exquisito de Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba: “Comeremos Mierda”.
La nuestra, la propia, y en ese momento sabremos que sabe a decepción de no haber sabido para qué va la vida. Estábamos más ocupados en consumir, en pertenecer y echar culpas afuera.