

Por: Juan Manuel García Escalada (Docente, Psicólogo Social, Sexólogo Social)
“Haz aquello que temas hacer, y la muerte del miedo es segura”
Ralph W. Emerson
Las sociedades siempre funcionan con la mirada culpabilizadora. Un modo de ejercer poder para beneficios de una determinada parte social.
Son modos de no madurar personal y socialmente ya que todo lo que es una persona es político. Lo personal es político. De tal, que un país es la sumatoria de esos modos y sentires y en ello su identificación.
Esta democracia nuestra tan deseada, poco valorada y maltratada hace eclosiones en sus costuras tan difíciles que resultó confeccionarla.
Cuesta desprenderse de estereotipos, disciplinas arcaicas, autoritarismos, violencias latentes, carencia en respetar las diferencias en los distintos planos personales, culturales y sociales.
Atender que no hay verdades absolutas, pero sí consensos que benefician a toda la sociedad.
Esos consensos deben llegar con un lenguaje aprendido en las experiencias cotidianas y las vicisitudes por las que los ciudadanos pasan cotidianamente para rescatar en el tiempo experiencias de no culpabilizar a determinados estamentos sociales, porque nadie escapa al todo social, aunque creamos que cada actitud está divorciada de su conjunto. Ya lo vemos en la matemática y sus infinitas operaciones.


Estereotipados
En cuanto a lo nuestro, como parte del habla de la sociedad, la característica es dar respuestas seccionadas de antemano. Lo hemos experimentado con un hecho reciente, referente por supuesto a los jóvenes.
La información que llegaba a los Medios de Comunicación: Tv. Radio, Diarios, Redes sociales hacían referencia a que una empresa que requería trabajadores (y ante su solicitud de presentación de interesados), los que se presentaron no tenían el ciclo de colegio secundario completo.
¿El sentido común? Veamos: No les gusta estudiar. Tienen ayuda del Estado. Son irresponsables. Quieren todo de arriba… no se sacrifican…
¿El menos común de los sentidos?
Qué sucede con los adultos responsables que no quieren hacerse cargo de sus faltas de respuesta por su carencia de adultez para encarar y reconocer que estamos equivocados y negando que somos los adultos quienes realmente construimos futuro para el futuro de los que van a construir futuro a la vez.


Culpar a los jóvenes es costumbre de los mayores con cargas, quienes no son responsables ellas. Es que los supuestos adultos, ¿no fueron jóvenes?
Los que dirigen instituciones (de niveles diversos de responsabilidad) no quieren reconocer (así parece), ante este nuevo tiempo social, que hay que replantear en serio el papel a desempeñar de ellas. Se refugian en modos de enseñanza superada por las realidades científicas y tecnológicas que han modificado modos estructurales de pensamientos.
¿Se han preguntado cómo piensan los jóvenes?
¿Cómo estructuran las ideas en un mundo en que se observa que las generaciones están trayendo nuevas químicas en el cerebro?
¿Cuál es el modo de abstracción y subjetivación de ellos, y su relación a la velocidad en tiempo y espacio y respuesta?
Deserción escolar
¿Por qué se alejan del secundario? Ellos reconocen la importancia de la escuela y su entorno en lo social-comunicativo.
¿Pero se pregunta la escuela por qué abandonan? ¿Qué es lo que la escuela ya no ofrece para ellos? Y desean desertar.
¿Qué hace la escuela para hacerlos integrar en un tiempo de incertidumbres en el cual el planeta Tierra se transforma y, sin ella, también lo hace el sentido de la vida?
Los modelos educativos deben interpretar las navegaciones en redes hasta el infinito con lo cotidiano universal. Cambiar modos de espacio y horarios en la tarea educativa, que va más allá de la tecnología en sí misma y en horarios enclaustrados de aulas.
Bien decía el chiste aquel, donde un alumno le pregunta al otro si va a seguir en la escuela y el otro le responde que no sabe, tiene dudas.
– Vamos, le responde el primero. Va a haber cosas nuevas, seguramente.
Llega el día del encuentro del aula, los compañeros se presentan. Un clima de interés. Largo tiempo desde el hogar con las pantallas: El docente, saluda y dice:
– Bueno, alumnos, ¿en qué quedamos? Los compañeros se miran, la decepción está en sus rostros.


Todo esto ha conllevado, también, descrédito hacia los docentes. Desde el inicio de la pandemia y a través de los medios de comunicación se ha desacreditado la tarea docente equiparándola a un “laisser faire, laisser passer”, ese dejar hacer, dejar pasar, como un bonus ya pago, para maltratar laborar y económicamente.
Son modos de culpabilizar para desacreditar a quienes si bien tienen que hacer también su autocrítica de acción y pensamiento, son usados de escudos para no cambiar y seguir manteniendo en la ignorancia a las generaciones que se suceden una tras otra.