

Aunque suene ilógico, va a ser conveniente desaprender mucho de lo que sabíamos sobre coronavirus. Habrá que sacar cuaderno en blanco y anotar con seriedad la nueva información.
Especialmente porque mucho de lo que aprendimos lo aprendimos de “oreja”, de un inexacto boca en boca, de cadenas de WhatsApp, de entrevistas a pseudoexpertos y pseudocientíficos, incluso de la militancia de los “anti” que ven una conspiración mundial en cada cosa (contra eso, no hay remedio ni vacuna).
Al principio creíamos que el virus desaparecía con temperaturas por encima de la corporal (36,5º). Con eso, convertíamos al sars-cov-2 en un virus de las estaciones frías.
Nada más lejos de la realidad. Esta tercera ola de coronavirus en Argentina se desató con el peor de los veranos y se muestra indetenible, especialmente por la circulación comunitaria de dos de sus variantes más contagiosas: Delta y Ómicron.


Creíamos que las reuniones al aire libre minimizarían los riesgos de contagio y eso es cierto relativamente: los minimizan en tanto y en cuanto cada uno de los que se encuentran reunidos mantengan colocado en forma correcta su tapabocas o barbijo y que mantenga la distancia.
Tampoco es un virus “pesado” como se creía al principio. No se transporta sólo en gotículas gruesas sino que lo hace en los aerosoles invisibles que salen de nuestra boca todo el tiempo.
Cantar, gritar, respirar intenso mientras se hace deporte también contribuyen a que el virus de esparza.
Las medidas de autoprotección siguen siendo imprescindibles para detener el contagio, pero es necesario no bajar la guardia porque el mínimo descuido nos vuelve vulnerables.