

El crecimiento de una comunidad depende el esfuerzo mancomunado de todos sus actores. Desde quienes podrían parecer poco significativos por las funciones que cumplen hasta aquellos que tienen la bendición del voto popular y les toca conducir los destinos políticos de todos.
Está claro que los anónimos rara vez quedan en el bronce y, por el contrario, muchas veces quedan estampados nombres de personas que robaron méritos o que una circunstancia fortuita los encontró en el lugar del reconocimiento.
Pero si no se comprende la historicidad de una ciudad y su continuidad jurídica, estaremos lejos de avanzar en serio. En nuestra zona, Caroya, Sinsacate, Jesús María o Vicente Agüero son el resultado del empuje de sus vecinos y de las decisiones políticas tomadas por intendentes y jefes comunales de todos los signos políticos.
Hubo autoridades notables, regulares, y decididamente malas, pero todos ellos hicieron algo que nos depositó en este presente histórico.
Y muchas “macanas” políticas que derivaron en juicios en contra de las administraciones en la mayoría de los casos fueron pagadas por los sucesores y no por los autores de las faltas.
Pero así como hubo verdaderos comprometidos con sus comunidades (que fundaron clubes, cooperativas, hicieron hospitales y escuelas) y políticos que pensaban en que el bien común era la máxima a la que atenerse, también hemos tenido personajes más preocupados por dejar estampado sus nombres en una placa, soñando con entronizar su figura en un busto, o contabilizando la cantidad de renglones que les deparará la historia.
Tal vez ya sea hora de abandonar las mezquindades políticas que nos impiden reconocer al que nos antecedió cualquier mérito y trabajar no por el bronce sino por el crecimiento genuino de toda la comunidad.