

El periodismo le ha dado a este editor la posibilidad de recorrer gran parte de la provincia y de poder cronicar eventos diversos, especialmente en el norte cordobés.
Elecciones, personajes, hallazgos, ensayos productivos, incendios, innovaciones, y lanzamientos turísticos han formado parte del abanico de temas que le tocó reflejar a través de las páginas de algún diario o en la cobertura para alguna radio.
Es que el oficio no tiene nada de monótono. Todo el tiempo suceden cosas nuevas, incluso cuando se trata de la cobertura de actividades que tienen cierta recurrencia.
Se puede cubrir un festival de música o una vendimia, pero ninguna edición ni ninguna cosecha es idéntica a la anterior.
A veces se es vehículo para contar buenas noticias, para canalizar la solidaridad, para ayudar a otro en la necesidad o en la búsqueda.
Y muchas veces, al ser vehículo de la expresión de alguna queja, se llega a los oídos de quien tiene que oír y dar respuesta a la demanda.


El oficio del periodista es hermoso, aunque su retribución sea amarga. No existe colega en nuestros días que pueda subsistir con un solo trabajo.
La mayoría alterna entre dos o tres trabajos y muchos de ellos no juntan con todo ese esfuerzo ni siquiera lo suficiente como para vivir holgado.
De hecho, no es casualidad que muchos colegas se hayan pasado de algún medio de comunicación -sin importar lo grande que sea- a la prensa “institucional” o, directamente, a trabajar para la clase política.
Y el mercado de la publicidad está tan concentrado y disperso que ni siquiera con una buena cartera de clientes es factible quedarse tranquilo durante más de tres o cuatro meses.
Ojalá la sociedad protegiera a sus periodistas en este crisis porque su permanencia en este grato oficio pende de un hilo.