

Nuestras madres justificaban las ausencias y los cansancios de nuestros padres con la explicación de que su obligación era procurarnos el pan, aunque el costo fuese excesivo.
Y muchos de nosotros nos acostumbramos a que nuestros padres no fuesen una figura presente, salvo durante los fines de semana y las vacaciones.
El resto del tiempo tenían que ocuparlo trabajando de sol a sol. Por eso, ninguno de nosotros le recriminaría a su padre que haya faltado a los actos escolares o a muchas de nuestras “primeras” cosas.
En ese mundo y ese modelo, el hombre era el principal responsable del sustento familiar cotidiano y no lograrlo era motivo de reproche y de sentimiento de culpa.
Por fortuna, muchos padres que alumbraron hijos e hijas entre fines de siglo XX y comienzos del XXI entendieron que tanto sacrificio era innecesario y que lo vital es estar presente en los momentos en que la descendencia lo necesita.
Actos escolares, encuentros deportivos, viajes, y juegos en el parque pasaron a ser parte de una cotidianidad nueva, diferente, y superadora de un modelo que fue dando lugar a nuevas expresiones.


Y los papás de hierro fueron dando lugar a los papás de carne y hueso que no temen expresar sus sentimientos ni emociones, que piden perdón, que derraman generosas lágrimas, que son la síntesis entre dos modelos antagónicos y de los que había que mezclar la tan difícil síntesis.
Hay que desterrar del imaginario al papá superhéroe y al papá prócer. Porque de la imperfección será posible concebir al nuevo papá que tiene un montón de pendientes en materia de crianza y de reparto de tareas del hogar.
En este Día del Padre que reine la consideración, el perdón, el encuentro amoroso, la armonía. ¡Feliz día para todos y para mi papá en especial!.