

Al optimismo hay que buscarlo en las personas de a pie, sin lugar a dudas. En las historias profundamente humanas de los que se comprometen con el cuidado de nuestra casa (la tierra), con el cuidado de nuestro prójimo, y con el cuidado del futuro.
Nos vamos a cansar de encontrar ejemplos de personas que emprenden sin pensar en las circunstancias, ni en los momentos históricos.
Son los que no especulan con réditos de ningún tipo porque, para ellos, la economía (estar mejor o peor) es parte de un proceso.
Son los que no se dan cuenta que fueron capaces de comenzar algo nuevo en medio de la pandemia, o que decidieron reconvertirse, que se animaron al cambio de planes, sin tanta especulación.


A esos ejemplos tenemos que remitirnos si queremos mantener viva la idea de que cada crisis en una oportunidad y que cada crisis es como un espiral que nos lleva hasta lo más hondo para trepar así hasta lo más alto.
Pero cuesta mucho encontrar algún ejemplo optimista mirando a la clase política porque se ha acostumbrado a mirarse el pupo, a sentirse parte de una casta privilegiada en la que ninguno quiere perder privilegios.
Esa clase política está desconectada del resto, y ya ni siquiera entiende los mensajes que los electores le dan a través de las urnas.
Como dijo recientemente el expresidente uruguayo José Pepe Mujica: “Argentina es maravillosa, pero está desquiciada”.
Que la clase política toda se haga cargo de este desquicio si es que quiere, alguna vez, reconstruir la confianza que hoy le niega la gente y con motivos más que suficientes.