
Así como somos despiadados para criticar nuestras falencias, en paralelo somos increíbles cuando decidimos reírnos de nuestros peores males, sea que se trate de la pobreza o de nuestra clase política y su capacidad de (no) representarnos en el mundo.
Esta semana, lo más notorio fue el constante ida y vuelta que hubo entre la guerra entre Rusia y Ucrania y la “guerra” que se planteó darle en nuestro país a la inflación.
A los ejemplos nos remitimos: “Día 1, parte de guerra: Vengo del súper y nos están cagando a balazos”, decía uno de los memes.
O el trucado póster con la emulación de un filme en el que se lee : “Rescatando el asado al brayan”. Incluso el que trae como leyenda: “distintos países están empezando a enviar armamento a la Argentina para ayudar en la guerra contra la inflación”, seguido de una foto de un paquete de fideos “municiones”.
Y yendo un poco más allá y con cierto sentido del humor negro la foto de un caserío muy vulnerable en el noreste argentino con la leyenda: “Arrancó la guerra contra la inflación y ya cayó un misil en el Chaco”.



Son situaciones que en cualquier otro país del mundo generan crisis depresivas masivas y prolongadas, y en nuestra patria una andanada de memes y chistes que no provocan otra cosa que reírnos de nosotros mismos.
Siempre hemos pensado que, quizás, ésa sea la manera en que nos defendemos de nuestra ineficiencia, la herramienta para no sentirnos avergonzados por tener una tierra fértil y pródiga y mentes brillantes, pero que no logran hacer funcionar lo básico e indispensable.
En definitiva, debe ser nuestro mecanismo de defensa para no largarnos a llorar amargamente y mandarnos a mudar. Aunque la sensación sea que tendríamos que ponernos inexorablemente serios.