Malas palabras malas

Por: Juan M. García Escalada (Psicólogo Social, Sexólogo Social y docente).
“La confianza en la vida se encuentra cuando el espíritu se siente profundamente tranquilo”.
Refrán Chino
Redes Sociales… Invisibilidad visible. Tiempo de agresiones, falsedades y “puteadas” varias.
Manifestaciones… vociferaciones, gritos, agresiones y “puteadas” varias.
Esta pandemia ha comenzado a sacar “monstruos” internos. Estaban agazapados y el miedo y la incertidumbre nos ha puesto alterados. No hay nada que hacer; se puede hacer ficción todo lo que se quiera, sobre monstruos, peligros de alienígenas, acechanzas de catástrofes, pero no hay nada comparable a los “monstruos internos” del ser humano. Porque esos te pueden llegar a quitar tu vida misma y la de los demás.
¿Y cómo comienza todo esto? Desde un simple insulto y luego sus escaladas.
Claro no es lo mismo decir en un grupo, por ejemplo, en presencia de un partido de fútbol, ballet, concierto: “Qué hijo de puta… ¡cómo juega, baila o toca instrumento!”…; que hacerlo de la siguiente manera: “Qué hijo de puta… Mirá cómo me chocaste el vehículo… ¡Infeliz…!”
Pero, ¿es cierto aquello de: Todo lo que te digo, me lo digo a mí?
¿Las “malas” palabras están antes de la intención o viceversa? ¿Qué dicen esas palabras, que se las llaman “malas palabras”?
Nuestra sociedad mide la cultura de una persona por la cantidad de “malas” palabras que un ciudadano pronuncia, pero curiosamente hay cantidades de “buenas” palabras que circulan y que defenestran y destruyen.



El que agrede hace, como expresa Aristóteles en su Metafísica: “Se piensa, pues así mismo, porque él es, lo más óptimo, y su pensamiento es pensamiento del pensamiento…”
Cómo volver del insulto, gratuito, exacerbado de quienes no miden ni piensan en lo que dicen y que ni siquiera se quieren hacer cargo de sus miedos internos, que todos los tenemos. Pero en tiempos inéditos y nuevos, hay que animarse a viajar a ese interior para saber de qué se trata.
Observemos que lo que se denomina “malas” palabras siempre son palabras que hacen referencia a partes del cuerpo humano, secreciones, conductas, actos de directa connotaciones sexuales. Es decir, son las palabras “obscenas”. (Quien por primera vez la utilizó con sentido a los órganos genitales, según la historia, fue el geógrafo Pomponio Mela, nacido en el siglo I D.C. y que vivió entre los emperadores Calígula y Claudio).
Veamos un ejemplo de contra-respuesta a la agresión escuchada en la vía pública cuando un transeúnte le grita al otro: “Anda a la concha de tu madre…Imbécil”. Ese otro, transeúnte también, lo mira y le responde: “Ojalá el dios universal te escuchara, allí tendría comida, cobijo, no pagaría boletas y no tendría gastos…” Silencio en el agresor. Desarmado. Las palabras. Lo ubicó, y la calma vino con palabras. “Words, words, words, (palabras, palabras, palabras) decía Hamlet en esa obra de Shakespeare. Pero ¿quién quiere escuchar?



Entonces, qué habla de esa sociedad que putea sin control usando las “malas” palabras. ¿Qué se quieren decir a sí mismos? Sería bueno entender que ellas tienen un sentido dentro de un contexto, pero se las puede dilucidar mejor frente a ese otro contexto particular de preguntarse a sí mismo qué es lo que se oculta para cada uno, cuando se las pronuncia de modo despectivo hacia los otros/as, y que hablan en definitiva de sus carencias en ellos mismos y sus velados e inconfesados tabúes y represiones personales que generan el miedo de reconocer de lo creemos que somos y a lo que podemos llegar a ser.