

Si algo ha venido a demostrar la reconversión vitivinícola de Colonia Caroya es que no tenían razón todos aquellos que decían que en Córdoba era imposible hacer un buen vino o que Colonia Caroya sólo podía hacer un “vinito”.
Pero el tiempo ha venido a poner las cosas en su lugar y Colonia Caroya logró tener premios nacionales e internacionales, grandes puntajes de destacados críticos, y grandes productos que poco tienen que envidiarle a los de otras zonas productivas.
Fueron necesarios actores, decisiones, inversiones, y pasiones a lo largo de todo este proceso que está cumpliendo 25 años por estos días.
Todo arrancó con una microvinificación de mil ejemplares en 1996, pero el verdadero cambio se dio a partir de 1997 con la adquisición de 60 mil plantas a un vivero italiano.
En el camino han quedado muchos entusiastas, apesadumbrados por la falta de apoyo oficial y de rentabilidad, pero también se han sumado nuevos actores que le siguen dando pelea a un negocio que cambió muchísimo en dos décadas y media.


El vino de mesa, por ejemplo, ya es un producto en vías de extinción y en su lugar han ganado espacio las producciones territoriales, únicas, diferentes, y de menor volumen.
Paralelamente, las mujeres han incrementado su presencia como consumidoras y ya no sólo en el mercado de los blancos, dulces, y rosados sino en la completa gama disponible.
Y en ese nuevo mundo, lo que se produce en Colonia Caroya tiene presente y, sobre todo, tiene potencial.
Hay muchos productos de gran factura, con poco marketing y publicidad, pero que pueden crecer de la mano del boca en boca y la recomendación.
Bienaventurados los enólogos, productores, empresarios, y políticos locales que se animaron a salvar una tradición.