
El editor de este semanario fue invitado a participar de la comisión del bicentenario de Jesús María en el grupo sobre Desarrollo Económico que presidía Juan Carlos Tay. Las reuniones tenían lugar en la oficina de Juan Carlos en La Caroyense donde siempre había un café de máquina y alguna masita seca para compartir.
Esa experiencia nos sirvió no sólo para conocer sus condiciones como anfitrión sino sobre su compromiso con la comunidad y del que no hacía “alaraca”. No es casual que hubiese invertido en instituciones relacionadas con la educación o la salud. O que tanta gente de las redes solidarias haya expresado su pesar tras su partida y narrado que alguna vez fueron a pedirle una mano a Juan Carlos y encontraron esa mano tendida.



Quienes tuvieron la fortuna de conversar con él e intercambiar opiniones coincidirán en que no hablaba con soberbia, que se mostraba curioso por nuevas cosas, y que estaba siempre dispuesto a escuchar. Aunque lo aquejaban algunas “ñañas” de salud, rara vez se quejaba.
Tenía a sus hijos y nietos siempre presentes y mantuvo con ellos una relación afectuosa y cercana , aunque no exenta de severidad si era necesario.
Su fallecimiento causó un hondo pesar en numerosas instituciones de la zona que lo despidieron con palabras de afecto y emoción.