
Cuando el HIV irrumpió a escala planetaria, pocos hubiesen creído que iba a obligar a revisar las conductas personales en las relaciones sexuales.
Y desde su difusión como pandemia pública, a principios de la década de 1980, científicos del mundo siguen investigando una cura eficiente y definitiva, sin lograr hallarla.
Es que muchos virus han llegado para quedarse y nos obligan a repensarnos como sociedad y revisar nuestros hábitos.
A diferencia del HIV, el sars-cov-2 tiene una letalidad muchísimo más pequeña, pero una contagiosidad muchísimo mayor.
Y las muertes que hemos visto por Covid-19 estuvieron atadas en muchos casos al colapso de las redes sanitarias, y también a patologías de base que contribuyeron a un deterioro distinto que en personas sanas.



El dichoso Covid no tiene una cura eficiente y definitiva aún y las que se ensayan son terapias en estudio que han demostrado algún que otro beneficio.
Y cuando ya llevamos, al menos en Argentina, un año y medio largo de pandemia, finalmente la campaña masiva de vacunación nos ha puesto más cerca de la inmunidad de rebaño.
Es claro que lo peor en término de contagios y muertes se vivió con la llamada segunda ola del coronavirus y aunque no se podrá evitar una tercera ola (si uno se espeja en lo que pasó en el resto del mundo) la vacunación masiva hará que los impactos sanitarios sean menos severos que hace un año o que hace cuatro meses.
Hay motivos para la cauta esperanza. Para pensar en que tenemos más cerca la pospandemia lo que no significa un relajamiento de las conductas que ya aprendimos a tener con el virus: autocuidado, sobre todo.