

Para explicarnos el horror, a veces, preguntamos por qué. Y por más que le demos vuelta en la cabeza nos resulta impensable la posibilidad de que alguien tenga un porqué para quitarle la vida a un recién nacido sano.
En ese estado convulso e inexplicable, deambula la comunidad cordobesa mientras se enfrenta a la posibilidad de que el primero de los asesinos seriales haya tomado como víctimas a quienes están en la total indefensión.
Pero, como bien advirtieron algunos poco después del estupor, estos crímenes habilitaron nuevos debates sobre la salud pública y los derechos de los pacientes.
Mujeres que a duras penas tuvieron partos (de respetados, bien gracias), de mujeres que sufrieron violencia obstétrica, y violencia institucional.
Familias que vienen tolerando el maltrato porque, quizás, desconocen sus derechos o porque alguien les hizo creer que si están en “situación de pobreza” tienen menos derechos que los que pagan por salud privada.


Y desnudó las omisiones de siempre: la de los funcionarios que esperan hasta que la bomba esté por estallar para señalar que algo está mal.
Desnudó las clásicas maniobras con las que el oficialismo de turno clausura cualquier tipo de pregunta y rehúye cualquier tipo de debate.
Y hasta desnudó las falencias de la infraestructura en la salud pública y los faltantes de elementos para trabajar (gasas, por mencionar lo más común).
Ojalá que esta película de terror que comenzó con la noticia de las muertes intencionales en el Materno Neonatal sea el comienzo de un debate concienzudo.
Para muchas familias y durante mucho tiempo, los hospitales públicos serán el único lugar al que acudir. Por eso, necesitamos que recuperen la dignidad y traten dignamente a quienes acuden por salud.