

Sobre cada cosa que se enumere en esta editorial, habrá excepciones. No se trata de hallar coincidencias absolutas sino de grandes coincidencias de una humanidad sometida a una epidemia sin precedentes.
Hemos aprendido que si dejamos respirar a la naturaleza vuelve a florecer y los animales a multiplicarse. Que el aire de las ciudades con menos autos es más respirable y más vivible (menos ruidos, embotellamientos, griteríos, y nervios).
Aprendimos que gastamos de más, en cosas superfluas, innecesarias, y que mucho de lo que considerábamos imprescindible antes, siempre fue relativo.
Nos hizo pensar para dentro de nuestras familias, de lo poco que estamos acostumbrados a compartir “todo” nuestro tiempo, de los diálogos que estaban pendientes o postergados, de lo fácil que resultaba estar en contacto con nuestros afectos lejanos.
La pandemia nos hizo llorar, nos hizo sentir miedo, nos detonó emociones que estaban contenidas, nos llamó a cuidarnos y a protegernos, y nos hizo pensar en lo mucho que necesitábamos de nuestra comunidad de amigos.
Conocimos el teletrabajo y aprendimos sobre el tiempo de viaje que nos ahorra y sobre todas las facilidades que nos brinda la tecnología para estar conectados.
Nos hizo dar cuenta de lo importante que es para nosotros la “piel”: abrazar, besar, estrecharse, estar cerca. Todo eso que tuvimos que contener, en algún momento estallará en los encuentros (vacuna e inmunidad de rebaño por delante).
Si nos enfocamos en las cosas que ganamos y no tanto en las que perdimos, veremos que 2020 no fue un año para el olvido sino un año para el crecimiento interno genuino. Como dice la canción de Fito Páez: “Es solo una cuestión de actitud”.