

Todo aquel que se contagió de Covid-19 y experimentó sus síntomas sabe que no se trata de una “gripecita”. Incluso para aquellos que, quizás, no tuvieron compromiso respiratorio, haber transitado la enfermedad les significó una serie de desagradables e intensas sensaciones.
Dolor de cabeza permanente, decaimiento generalizado, pérdida del apetito y trastornos estomacales, además de la congestión nasal. Basta haberla transitado para desear no padecerla nunca más.
Y aunque la vacunación alienta la esperanza de que un futuro contagio se disminuya o que se minimicen los síntomas, empieza a subyacer una preocupación por los “efectos a largo plazo” porque no están debidamente identificados y estudiados.
La razón es sencilla: desde los primeros casos en Wuhan hasta la fecha no hubo largo plazo. Nadie sabe si habrá efectos a los cuatro, cinco o diez años de haber padecido la enfermedad.


Se vienen reportando, sí, algunas sorpresas entre pacientes recuperados. Desde aquellos que han mostrado afectaciones a nivel cerebral hasta quienes podrían haber visto disminuida su capacidad en el músculo cardíaco.
Ya se han dado reportes post-covid de afecciones en la piel, episodios de hipotensión o hipoglucemia, y hasta síndrome inflamatorio multisistémico. En resumen, no se sabe bien qué consecuencias trae aparejada la enfermedad.
En las personas recuperadas de Covid-19, la recomendación es un chequeo lo más completo posible para determinar eventuales efectos adversos.
Y para quienes no la han padecido, la recomendación es bastante más simple: no se contagien, cuídense, aléjense de las multitudes, mantengan las normas de distancia e higiene personal, no se expongan gratuitamente a efectos indeseados en su salud personal.