06/06/2023

El Museo Jesuítico Nacional tuvo su primer día del vino

El mismo día del aniversario de fundación de Jesús María se inauguró una huerta y 60 plantas de uva torrontés en la Estancia.

Los jesuitas seguían el consejo de los grandes propietarios de tierra que les hacían donaciones y compraban establecimientos rurales “a medio hacer”, es decir, de poco valor económico inicial, pero con un fuerte potencial productivo a partir de la introducción de modificaciones y cuidados.

La estancia de Jesús María fue adquirida en 1618 al alférez Gaspar de Quevedo y se destinó, desde el inicio, al sustento del Colegio Máximo de Córdoba y contaba al momento de su compra con “…veinte mil cepas de viña poco más o menos, que está cercada con sus tapias y con todo lo en ella labrado, edificado y plantado; y con un molino…”.

Durante gran parte del siglo XVII Jesús María fue el establecimiento rural por excelencia del Colegio. Le aportaba al Colegio Máximo vino, harina de trigo, maíz, sal, azafrán, y carneros.

Todas estas referencias las compiló el historiador Carlos Alberto Crouzeilles en el trabajo Las estancias jesuitas del Colegio Máximo de Córdoba, (siglo XVII), y publicado en la revista del Área Historia del Centro de Investigaciones María Saleme de Burnichón de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC.

Pero Crouzeilles fue un poco más allá en su investigación y hace unos pocos meses encontró un documento excepcional: un informe del padre provincial José de Aguirre, fechado en 28 de septiembre de 1721, tras una inspección de las tierras.

“Procúrese cuidar la viña que es el principal renglón de la estancia” escribió De aguirre.

Tan importante fue la producción vitícola que la orden llegó a inventariar en Jesús María 48 mil plantas de vid que, a su vez, podrían haber promediado unos 120 mil kilogramos por cosecha y convertido en unos 92 mil litros.

Aunque pueden parecer pocos litros vale comparar que para 1778 el único núcleo urbano de envergadura era la ciudad de Córdoba con casi 7.300 habitantes.

Caroya continuó la tradición

Aquella tradición jesuita en este territorio fue recreada por la comunidad inmigrante que pobló Colonia Caroya. Algunas publicaciones daban cuenta de un cargamento con cepas mendocinas ingresadas a suelo caroyense entre 1916 y 1920.

La actividad perdura hasta la actualidad con no pocas dificultades. Tres de los que sostienen el valor de esta tradición hoy son la ingeniera Daniela Mansilla, el enólogo Gabriel Campana y el productor Danilo Fantini, quienes llevaron al museo jesuítico la idea de que tome la posta en su calidad de “primer productor de vino en Córdoba”.

Y fueron ellos tres los que le dieron a la nueva gestión del Museo el asesoramiento para armar el sistema de conducción de las vides que fue inaugurado esta semana.

Los documentos hablan de la elaboración de un vino que se conocía como lagrimilla y que tiene que haber sido casi sin dudar un vino de uva blanca.

La intención del Museo Estancia Jesús María es en unos cuatro o cinco años poder elaborar su propio vino como parte de la intención de darle una jerarquía.

Día del vino en la estancia

“Estábamos buscando un documento que nos certificara que el vino era la principal producción de la Estancia. Y lo certifica la enorme bodega de 40 metros por 7 y es la segunda sala más grande del edificio después de la iglesia”, explica Carlos Ferreyra, director del Museo a propósito de la fecha.

En resumen, quieren recrear el hecho de que la vitivinicultura cordobesa es una de las más antiguas y, de hecho, la propia bodega que los jesuitas tenían en tierras jesusmarienses es una de las más longevas. Y el municipio también está interesado en darle valor y entidad a esa historia.

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