

Por: Diego Almada (Médico pediatra, asesor del Ministerio de Salud de Córdoba)
Me duele el dolor ajeno, lo siento mío, me duele la muerte, la angustia y la incertidumbre; lo injustamente humano. Parece que estuviésemos condenados como Sísifo a empujar la piedra desde la base a la cima una y otra y otra vez, repitiendo el agobio al verla caer, cada vez.
Me duele la falsa dicotomía “salud o economía”, me duelen las profundas asimetrías, empezando por mí, desde este lugar cálido, cómodo y asalariado. Me duele la moralina del egoísmo, la falsa modestia, la demagogia y las pueriles antinomias de las ideologías.
Sin embargo, elijo seguir tocando en la orquesta del Titanic. Plenamente consciente de que tal vez no me toque, aunque lo necesite, subirme al bote salvavidas. Claro insisto, yo vendría a ser pasajero de primera, estoy vacunado y tengo trabajo.
Y siento que es ético seguir haciendo mi música, como bálsamo, como ayuda. Exponerme como tantos al dolor y a la angustia, a la incertidumbre y lo injustamente humano, es mi esperanzador destino. Otra vez consciente que los mitos y las realidades sirven para escribir nuestra historia, para aprender a ser mejores y tratar de no cometer los mismos errores.


Me aferro entonces una vez más, a los valores que me conmueven.
La grandeza de los que han perdido y no claudicaron, la férrea convicción de quienes siguen dando lo mejor de sí, el agradecimiento sincero del que recibe ayuda y el de aquellos, que la pasaron muy mal y se recuperaron, la silenciosa solidaridad de cientos de miles, la alegría de los viejos vacunados y el brillo en la mirada de mis hijos, en los que se espeja la esperanza, de saber que esto pasará y entonces habremos aprendido, que las verdaderas amenazas se pueden superar, solo si, las enfrentamos entre todos.