

Katy Bainotti tiene una historia poderosa para contar y lo sabe, aunque no presume de ello. Su generosidad la lleva a compartir todo el camino que hizo, a partir de una tragedia familiar.
Habla de manera pausada, casi sin levantar la voz, y se muestra feliz por haberse decidido a dar el gran paso: desde principios de 2020 es artista de tiempo completo.
No le esquiva a rememorar los tristes eventos de 2015, cuando perdió su casa en la feroz crecida del 3 de marzo de 2015, pero no está anclada a esa fecha, ni a esa casa, ni a esa tristeza.
Desde que a los seis años aprendió algunas técnicas de bordado, Katy desarrolló un gusto especial por todas las manifestaciones del arte.
Su curiosidad la ha llevado a explorar en diversas técnicas, aunque se define a sí misma como una artista de formación autodidacta.
Y va mutando entre la escultura, la pintura, la cerámica, la decoración de objetos muebles, los murales.


La casa que habita ahora, como cada una de las que tuvo desde que perdió la suya, es una pequeña galería de arte. No hay centímetro en que no se disfrute de alguna de sus creaciones.
La potencia metafórica
Vaya si la destrucción resulta una potencia creadora. No es casualidad que los primeros mitos hayan explicado que antes del cosmos, del orden, hubo caos.
Y el caos le ocurrió a Katy Bainotti cuando vacacionaba con su esposo, Néstor Della Costa, y recibió la inesperada e impactante noticia de que una crecida había partido su casa en dos y que esa mitad había sido arrastrada por el agua, junto con un montón de bienes muebles.
Corría el 3 de marzo de 2015. Y dos años le llevó a la familia evaluar si demandaban judicialmente a alguien por aquella pérdida varias veces millonaria.


Decidieron que no y decidieron seguir adelante con esta nueva vida a la que había que darle un cosmos, un orden.
Cada miembro del grupo familiar hizo su proceso y a Katy se le dio por volcar todo su ser a la fuerza sanadora del arte.
Tan sanadora que no tuvo reparos en utilizar partes de su casa derrumbada -la que terminaron de demoler dos años después- para una maravillosa serie de pinturas abstractas que llevan por nombre Resiliencia.
Allí, hay pedazos de ladrillo, de cerámica, de hierros y clavos, dispuestos armoniosamente por encima de las pinturas. Lo dicho: de todo derrumbe, puede emerger una nueva obra que lo contenga, que lo haga presente, que lo muestre en carne viva, y que ya no duela tanto.


Y como en la mayoría de las obras de las que gusta pintar Katy, en Resiliencia gana la abstracción. Hay que dejar volar la imaginación para dotarlas de sentido. O simplemente disfrutar de la combinación de colores y materiales. No toda experiencia estética, después de todo, tiene que tener explicación.
“Esta forma de vivir resiliente es la que me ha fortalecido para no quedarme con el hecho histórico sino poder regenerarme como artista tanto en el quehacer diario como en mi manutención económica”, explica Katy sobre la revelación que tuvo y que la llevó a decidir empoderarse como artista de tiempo completo.
Y ahora aguarda con expectativa el momento de poder mostrar sus creaciones para la comunidad local. Una exposición en el Museo Biondi la tendrá como protagonista en junio.