Cinco años sin María Eugenia Cadamuro
La sentencia en contra del hijo de María Eugenia Cadamuro todavía no está firme, aunque sigue preso en el establecimiento carcelario de Bouwer.

María Eugenia Cadamuro no llegaba a la cena a la que se había comprometido ir y tampoco atendía el teléfono ni contestaba los mensajes de whatsapp. Demasiadas señales de que algo le había pasado.
Corría el 15 de marzo de 2017 y la mujer se encontraba en Argentina tratando de concluir la papelería con la que planeaba dejar en orden sus propiedades formando una sociedad con sus dos hijos.
Después de caóticas y fallidas relaciones de pareja en Argentina, “Maru” parecía haber encontrado su lugar en el mundo en los Estados Unidos de América donde se había casado con Pedro García.
Lo que no sospechaba era que su empeño en ordenar lo suyo, como legítima heredera, iba a costarle varios dolores de cabeza y, finalmente, su propia vida.
A la mujer que le hacía labores domésticas en su casa le había dicho, un día antes de desaparecer, que llamara a la policía sino aparecía antes de las dos horas de plazo.
Y ese 15 de marzo, según declararon en juicio varios testigos, la vieron salir de su residencia de calle Eusebio Agüero en compañía de su hijo Jeremías, en la camioneta de éste. Nunca más regresó.

Amigos son los amigos
Ya el 16 de marzo, tras haber llamado a un cerrajero para ingresar a la casa y en compañía de la policía, los amigos detectaron que no había nada revuelto, ni faltaba nada (al menos eso detectaron) y formularon la denuncia por desaparición.
Y lo que, en ese primer momento, parecía una búsqueda mancomunada entre los familiares directos de María Eugenia y los amigos, se convirtió con el correr de los días en un enfrentamiento de intereses y en caminos separados.
Y fueron los amigos los que ganaron centímetros en los medios, los que programaron marchas de silencio, y los que salieron a buscar abogado para patrocinar como querellante a García.
Cuando la policía detuvo a Jeremías Sanz y le endilgó el secuestro de su madre, el quiebre entre las partes fue total. Ni hablar cuando la mujer fue hallada asesinada y enterrada, 90 días después de la desaparición.
Un culebrón de pueblo
Jesús María casi no registraba antecedentes judiciales de “matricidio”. Después de todo, matar a la madre debe ser uno de los crímenes que la sociedad considera “imperdonables”.
Y en este caso, el matar a la madre parecía indisolublemente atada a una ambición desmedida por dinero.
Y en la vereda del frente, no se escatimó esfuerzo en presentar a la víctima como una madre abandónica, promiscua, adicta, casi un despojo de ser humano.
Los enfrentamientos en redes sociales fueron lo peor: bandos que no se guardaron ni una oportunidad para calumniar, insultar, injuriar, y largar lo peor de nosotros en nombre de la ¿verdad?.
La justicia falló
Más allá de las sensaciones y de las verdades que no tomaron estado judicial, lo cierto es que la Justicia encontró solamente dos culpables hasta ahora: Jeremías Sanz que fue condenado a prisión perpetua y que tiene apelada esa decisión; y a Nicolás Rizzi que tiene una pena de ejecución condicional de tres años de prisión, con lo que pudo salir libre el mismo día en que se celebró su juicio abreviado.
Si hubo otros involucrados en tapar el crimen, asistir al victimario, esconder pruebas del delito, es algo en lo que la Justicia no ha demostrado que pudo avanzar demasiado.
La sensación es que habrá pocas novedades en esta dolorosa y compleja causa judicial.