Casa de Matías: 28 años promoviendo dignidad a través de la educación
Lo que comenzó con una urgencia, el hambre, allá por 1994 se fue convirtiendo en una escuela para la vida. 600 almas dan cuenta de tamaña obra.

Como un mantra, Roxana Toranzo se repite a sí misma que -por todo lo que hizo- solo le rinde cuentas al de arriba.
Y el de arriba es ni más ni menos que Dios, quien se convirtió en refugio y sostén para esa madre que acababa de perder a un hijo de la manera más dolorosa.
Se llamaba Matías y tenía cuatro años y, aunque nos hizo creer que ya no estaba, ha sido quizás la presencia más estable de la Fundación que lleva su nombre.
El 16 de agosto, la Casa de Matías cumplió 28 años, un récord de permanencia para una institución solidaria solo equiparable, en cuanto a duración, con el Festival de Doma y Folklore y el grupo Adolescentes Contra el Sida (ACES).

Igual y distinto
La vieja mesa de material donde arrancó todo con los hermanitos Arrieta sigue en el mismo lugar para dar testimonio.
Pero de los Arrieta a esta parte han sido 600 los niños, niñas, adolescentes y jóvenes que han pasado por la institución. Y las metas siempre se fueron alimentando de ilusiones y muchas de esas se concretaron.
Pandemia mediante
Al igual que a todos, la pandemia del coronavirus puso a La Casa de Matías contra las cuerdas con un COE que le pedía que cerrara sus puertas, en contra de la propia necesidad de los beneficiarios de seguir contenidos allí.
“Lo vivimos con mucha angustia porque me pedían que cerrara porque era como una escuelita. Grité y pataleé y logré que los chicos que duermen allí se quedaran”, rememoró Roxana.
La “seño Roxana” volvió mucho al pizarrón para que los chicos pudieran estar al día con los requerimientos de la educación virtual y los aliados de siempre ayudaron con los cartuchos de toner para la impresora para imprimir las tareas.
“Y cociné muchísimo, cumpliendo con los protocolos, para repartir viandas en (barrio) La Costanera para todos los chicos que no podían venir. Lo hicimos durante todo el invierno”, agrega Roxana.

Vigencia impensada
“Empecé -explica Roxana- porque había hambre y esos chicos necesitaban desayunar. Pero también supe que iba a crecer porque tenía claros mis objetivos. Darles un plato de comida y que volvieran a la calle no les servía ni a ellos ni a mi. Desde ese mismo momento le apunté a la educación”.
En los primeros tiempos, había muchos niños que no iban al colegio y Roxana les pidió autorización a las madres para escolarizarlos.
Y los fue entusiasmando siempre para que completaran el nivel siguiente, hasta llegar a hasta quienes se animaron a cursar carreras de nivel superior, especialmente las mujeres.
“No hay en la zona un lugar que haya logrado lo que logró la Casa de Matías (en términos de promoción a la educación para sectores vulnerables). Y ya no es nuestra, no es de la familia Rodríguez. Siento que es de Jesús María, de Colonia Caroya, de Sinsacate, de tanta gente y tantos lugares que se la apropiaron”, se sincera Roxana.
“Mi fe me ha mantenido en pie después de tantos cachetazos que me ha dado la vida. Mi trabajo es para el de arriba. Siento que no tengo que rendirles cuentas a nadie solamente a Dios y a la gente que colabora”, concluye Roxana.