
“Acá, casi nadie sabe cómo me llamo porque todos me dicen Beca, pero en realidad me llamo Nilda Maximina Martínez”, revela Papá Noel en la puerta de su casa al 551 de la calle intendente Céspedes.
Afuera hace un calor terrible, son poco más de las seis de la tarde, y la mujer que cumplió 80 este año de lo único que se queja es de todo el tiempo que tuvo que estar encerrada por el coronavirus.
Está enfundada en el traje característico de Papá Noel, con barba blanca, sombrero, y hasta botas negras con un taco pequeño. “Es que después me voy a bailar”, suelta risueña.
Y nos hace entrar a su casa para mostrarnos una mesa repleta de regalos. La mayoría de ellos son adornos navideños hechos a mano con la ayuda de su hija Fabiana y de su hermana Rosa.
Todo empezó hace poco más de tres décadas. Nilda acababa de enviudar y necesitaba algo para paliar su tristeza. Una conocida que tenía negocio en el centro de la ciudad le dio la idea de disfrazarse de Papá Noel y, desde entonces, lo viene haciendo año tras año sin faltar a la cita.
“Me han aguantado todos, que me dan una cosa que la otra, y todos los vecinos que me colaboran, igual que los negocios que me empiezan a preguntar ‘¿y, para cuándo?”, dice con modestia Beca porque, en realidad, para todos es un gusto colaborarle.



La regalona en acción
Este año, una pierna le jugó una mala pasada a esta vecina de barrio Tiro Federal, pero se repuso y salió adelante para poder cumplir con su cometido generoso.
Y es un placer ver los intercambios con el vecindario. Los primeros beneficiados son una mamá y una hija adolescente que reciben unos adornitos. Poco después pasa una niña en bicicleta que se hace merecedora de la primer bolsita con golosinas y unos adornos.
Y más tarde, una pareja con una beba recién nacida a la que Beca pide permiso para alzarla antes de hacerles un presente y recibir las muchas gracias.
“¿Sabe por qué hago esto? Por los niños. Y a todos les digo que vengan y miren porque (los niños) me dan una alegría enorme. Y yo no me quedo con nada, doy absolutamente todo lo que recibo”, agrega la mujer sobre sus motivaciones para continuar con la tarea.



Y no hace falta estar mucho tiempo con Beca para entender lo mucho que disfruta de este momento y de lo feliz que se siente por poder compartir lo suyo y que sale desde bien adentro de su generoso corazón.
“Voy a seguir -asegura- porque tengo voluntad. Si Dios me ayuda el año que viene lo voy a volver a hacer. Y si el dice ‘hasta acá nomás’, bueno, hasta acá vamos ¿no le parece?”.
En un año signado por las dificultades, las pérdidas, los miedos y, en muchas personas mayores, por la soledad del ais- lamiento, el ejemplo de Beca no deja de ser edificante, contagioso y esperanzador. Con sus 80 bien llevados, demuestra que no hay límites si se tiene voluntad.