
Durante 2020, la educación presencial pasó a ser remota sin anestesia. De la noche a la mañana, vino el confinamiento y cada alumno de nuestro país comenzó a tomar clases en su casa.
Una porción de esos alumnos contó con dispositivos y conectividad suficiente como para garantizarse recibir los contenidos en la “virtualidad”, un privilegio que no tuvieron muchos otros alumnos e, incluso, muchos otros docentes.
En algunas viviendas, un sólo y precario dispositivo móvil tuvo que ser compartido entre padres y varios hijos e hijas. En otros casos, el acceso a internet constaba de algo de conexión vía 3G en determinados horas.
Y una buena parte de las conexiones a internet dependieron de que el alumno se traslade a las inmediaciones del colegio para poder tener acceso vía wifi o en algún espacio público que permita dicho acceso.



Con el precio del dólar vigente, el acceso a dispositivos móviles y computadoras se fue por las nubes y excluyó de la posibilidad de adquirirlos a un universo enorme de actores del sistema.
Muchos docentes y maestros concluyeron el año retroalimentándose con su alumnado vía whatsapp, sin que Educación haya unificado el criterio respecto de qué plataforma utilizar para la enseñanza desde la virtualidad.
Y todo ese contexto no ha cambiado durante 2021, con el añadido de que quieren el retorno a un sistema mixto que garantice cuatro horas mínimo en la presencialidad.
La crisis sanitaria desatada por el coronavirus está lejos de ser resuelta con lo que el sistema educativo tiene que pensar, además de las carencias mencionadas, en sanitizantes, distancias, barbijos, ventilaciones, burbujas, y contenidos. Ojalá que puedan hacerlo.