No se imaginen a un grupo de adolescentes, hace 30 años, hablando de preservativos, de relaciones sexuales cuidadas, y de VIH-Sida.
No se imaginen a ese grupo de adolescentes enfrentándose al mundo adulto desde un discurso con conocimiento y discutiendo encarnizadamente sobre la necesidad de acceso a la información y educación.
Tampoco se imaginen a ese grupo de adolescentes, hace 30 años, yendo a los canales de televisión, presentando obras de teatro, concurriendo a congresos y seminarios, disertando a lo largo y ancho de Córdoba y del país.
Ni se imaginen a ese grupo de adolescentes insistiendo en que peor que la enfermedad era la discriminación derivada de ser portador de un virus al que fue difícil, en 30 años, mantener a raya.
Y si insistimos tanto en que no se lo imaginen es porque todo lo que narramos sucedió desde que vio la luz la ONG Adolescentes Contra el Sida (ACES), allá por 1992.


Ética y estética
Mucho ha cambiado en 30 años con ACES, pero también es mucho lo que no ha cambiado y ambas cosas son buenas.
Por la constancia de su fundador, el bioquímico Ignacio Aguirre, ACES mantuvo inalterable una ética: la de preservar integralmente la salud biopsicosocial de adolescentes y jóvenes de nuestra microrregión.
Sin importar si eran objeto de acusaciones, de enojos, de tergiversaciones, ni de golpes bajos.
A todo eso se sobrepusieron, no sin dolor claro está, con la fuerza de la convicción y del saber que la solución era desperdigar los mensajes de par a par.
Un adolescente convenciendo a otro adolescente sobre la necesidad de cuidarse, de respetar al otro, y de ahorrarse un dolor de cabeza por un embarazo precoz o, mucho peor, con una enfermedad que todavía no tiene una cura definitiva.


Cambios
Hace 30 años, probablemente, alguien que tenía un diagnóstico positivo de SIDA no tenía casi ninguna posibilidad de supervivencia.
“La identificación de la muerte con el SIDA dejó de existir hace ya muchos años, no cuando comenzamos a trabajar. La ciencia jugó un rol muy importante a la hora de descubrir medicamentos que hacían posible que las expectativas de vida sean las que tenemos hoy”, señala Aguirre sobre el cambio más visible.
Y es que una persona diagnosticada a tiempo y tratada puede terminar muriéndose de viejo ya que el SIDA terminó convirtiéndose en una enfermedad crónica.


“El gran desafío -plantea Aguirre- es cómo hacemos para que lleguemos al diagnóstico de las personas y al tratamiento a tiempo. Ahí juega un rol muy importante la sociedad que debe dejar de dar la más canalla de las respuestas sociales que es la discriminación porque hay muchísima gente que se rehusa a hacerse el análisis por el temor al dedo acusador de la sociedad más que por el temor al virus”.
El trabajo que sigue intacto en ACES, entonces, es desarticular la discriminación para que la gente concurra a conocer su condición frente a la infección.